Los Clamores de la tierra. Novela de Fulgencio Argüelles
Pese aque el autor de esta interesante novela de
corte histórica, es asturiano, casi que de mí misma edad, (nos diferencian unos
trece dias) originario de Orillés, aldea
situada un poco más arriba de Serrapio, donde se ubica iglesia de San
Vicente, templo muy esotérico y vinculado a las leyendas astures de los
templarios, deben perdonarme pero yo no conocía su obra, más allá de los clásicos
artículos en la prensa diaria, los cuales publica con cierta asiduidad en el Diario El
Comercio.
Y fue por indicación de mi hijo
Astor, como me encontré con una de sus novelas, Los Clamores de la tierra,
que por cierto ya tiene su tiempo puesto que fue publicada por la editorial Alfaguara
en 1996.
Dicha novela se sitúa en ese
contexto del que el propio Fulgencio dice que «la novela histórica, como el
arte en general, añade algo a la realidad que antes no estaba allí, suma,
despeja, y esa nueva realidad no es percibida siempre de inmediato, se queda,
perdura y un día tiene consecuencias».
Por tanto, no estamos ante una narración
odopérica, o un texto que se ciña a la temática jacobea o peregrina, sino que
toca los arranque de la peregrinatio una vez que se dio el supuesto
viaje de Alfonso II a Iría Flavia, ya que toca el momento que fallece dicho rey
Casto, y deja como heredero a uno un
primo segundo a Ramiro I de Asturias, hijo del rey Bermudo I y su esposa Ozenda
Nunilona, que por cierto e fueron enterrados
ambos en San Salvador de Oviedo al Panteón de los Reyes «…en un arco antiguo,
cabado en la pared de la Iglesia para sepultura, se ve escrito este
epitafio: Sepulchrum Regis Beremundi
& uxoris Dominae Ozendae & Infantissae Dominae Christinae Translati a
Ciella».
La novela se centra entre los
años 842 al 850 en que Ramiro I , en cuya novela toca en parte los problemas que
le tocó lidiar, aquejado el reino astur de rebeliones internas, pues su padre
Bermudo I El Diacono no había dejado muy buena huella entre sus vasallos
y la nobleza asturiana, lo que en parte produjo la intentona del conde
Nepociano, (su cuñado) apoyado por algunos nobles astures y vascones, de hacerse
con la corona real, y con el resultado nefasto para Nepociano, que fue
traicionado por los suyos, y salvó de no
perder la cabeza a cuenta de ser cegado, muy al estilo de los modos godos según
su Liber Ludicum que había instituido Chindasvinto.
Ramiro I tuvo que lidiar con los
posibles asedios vikingos, de cuyo hostigamiento se salvó al no contar el territorio
asturiano con ríos navegables, salvo el Nalón y el Eo, pero que o no
encontraron esos cauces fluviales, o lo que había no merecía la pena el
esfuerzo… participo en la batalla de
Albelda, en ella, y según las leyenda, las tropas asturianas derrotaron a las
musulmanas, en parte gracias a la intervención del apóstol Santiago montado en
un caballo blanco y portando un estandarte del mismo color en su mano. Con su
ayuda, las tropas cristianas derrotaron a sus enemigos, lo que motivo el origen
del Santiago Matamoros. Como agradecimiento a la intervención del apóstol, el rey Ramiro I instituyó el voto de Santiago, cuyo privilegio fue suprimido por las
Cortes de Cádiz en el año 1812,
Pues Fulgencio Argüelles con estos
mimbres y retazos de la complicada historia asturiana, con más lagunas que
certezas, y tras cuatro años, concluye un retrato muy descriptivo y de una
belleza poética indudable que puede leerse con deleite en las introducciones de
los capítulos.
A través de unas 368 páginas Argüelles
nos va dando cuenta de la vida del monarca y sus tribulaciones entre la
ortodoxia y la herejía del “monte”, en un territorio que como decía uno de los
personajes: Magilo, el mago, «es un puro sueño mal soñado por los dioses para
la distracción de la historia de un pueblo que está enfermo de la memoria».
Una Asturias que se desarrolla
entre la ortodoxia católica que buenos resultados les estaba dando a la corte
visigoda y la vieja herencia pagana, en cuyo entretiempo Ramiro I quiere desarrollar
el incipiente proyecto capitalino de Alfonso I, materializando mediante un
activo empeño constructivo que culmina con el palacio de Santa María del
Naranco, en cuyo transcurso se desarrolló el arte prerrománico asturiano, de ahí que los monumentos de su época se les
denomine de estilo ramirense.
En las faldas del monte Naranco
en las cercanías de Oviedo, Ramiro mandó construir el palacio de Santa María
del Naranco, también la iglesia de San Miguel de Lillo o Liño, y en Lena pues se
levantó Santa Cristina de Lena, y cuya hilazón en dicha impaciencia por levantar
su capital el rey se ve rodeando, sobre todo de tres personajes: Jonás el
aquitano cantero, el arquitecto Eucles de Asti, y el escultor Arbidel, que serán los
encargados de plasmar toda esa teogonía mítica que se recoge en Santa María del
Naranco.
Fueran estos u otros los actores como dice Lorenzo Arias Paramo «el Arte Asturiano es el resultado, evidentemente, del recurso a la aplicación de una precisa tecnología para atraer al conjunto de los sectores sociales a ciertas formas de comunicación visual. Es sumamente atractivo establecer nexos de influencia con los sistemas visuales anteriores y posteriores a su eclosión artística. De ahí la importancia adquirida por la experiencia visual, tanto en el fenómeno arquitectónico y escultórico del Naranco como en el de las iglesias de Liño y de Valdediós, en las cuales no sólo se va a transformar la vida religiosa;
Las imágenes tuvieron también un papel
cada vez más importante, tanto en la propaganda pública como en la vida social
y evidentemente con la función educativa del lenguaje iconográfico cristiano y
su especial proyección en el ejército y su jerarquía de poder. Aquellos
gobernantes con pretensiones de proyectar su autoridad en unos territorios en
expansión fueron creando diversas y cualitativamente más bellas formas de
imaginería a través de estatuas y programas pictóricos cada vez más
sofisticados en virtuosos sistemas visuales y es que estos constituirían en
realidad una garantía de su poder político»
Es través de esta trama, en base
a dos grandes líneas argumentales de la novela . Lo que se cuenta de cada uno de ellos comparte
la misma fértil calidad de escritura, aunque la trama sobre la que se urden sus
peripecias respectivas difiera. La de Arbidel, seguida siempre con interés,
tiende, no obstante, a una cierta novelería, no en vano se cuelan a su
través de ellos los indigenismos en boga. Bien es verdad que Argüelles
recrea con gran atractivo y exuberancia verbal toda una concepción telúrica de
la vida. Notable y muy eficaz, incluso desde un punto de vista poético, resulta
la vasta enumeración de hierbas y emplastos curativos, resultado en gran parte de
la memoria rural del autor.
Si hay algo que por ejemplo otros
autores que a través de sus relatos sobre dichos periodos , como Jose Javier
Esparza, no recrea que ese intimismo de la presumible corte de Ramiro I y sus
tribulaciones sobre la soledad y la orfandad que atosigan al rey asturianos.
En este sentido Fulgencia Argüelles
en Los clamores de la tierra ha puesto mucha alma demostrando que el no es un historiador, pero
si un relator de cuentos y leyendas que basa
en su fuerte conocimiento de la época, en base a los cientos de novelas, ensayos, etc que ha
leído para documentarse, lo cual apoyado en un manejo espléndido de la lengua y
la poética logra acercarnos a unos tiempos oscuros, apenas documentados, con personajes
de la corte astur de Ramiro I tan lejanos y que nos traslada «con un pálpito de
verosimilitud y cercanía muy sugestivo y convincente y, sobre todo, o al menos,
lo que a mí más me ha interesado, ha acertado a expresar como de pasada ese
azogue legitimador que tanto mortificó a aquellos monarcas y que acaso fuera el
signo distintivo de sus reinados».
Y en ese sentido es paradójico que con la poca información existente haya podido completar un cuadro en el que podemos comprender el ambiente y el desarrollo de la historia ramirense sin que esta rechine.
Tal vez para ponerle una nota
discordante a esta novela, es que yo no estoy de acuerdo cuando dice que Beato
y Eterio estaban conchabados con la reina o ex reina Adosinda, ya que pienso que
dicha señora estaba más en la clave de los del monte, de los magos, del cambio
de Prisciliano por Santiago, que por la ortodoxia católico romana de Beato.
Por lo demás muy satisfecho por
el relato.
Victor Guerra
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